sábado, 8 de enero de 2011

Los Secretos del Puma: Los Pericos del “Sábado Baratillo”

LOS SECRETOS DEL VIEJO PUMA:

Los Pericos del “Sábado Baratillo”

Jesús Manya Salas

Los estudiantes universitarios o secundarios, cuando faltaba dinero para el fin de semana, como casi siempre ocurría, corrían al “Baratillo” a conseguir recursos, para ir a las fogatas bailables o las discotecas de moda. Casi todos los jóvenes recorrieron las diversas calles en diversas oportunidades y generaciones; hasta los años ochenta el mercado popular funcionaba en las vías adyacentes del Mercado San Pedro, posteriormente se trasladó a las calles cercanas de la Plazoleta Santiago, hasta nuestros días. El “Baratillo” es un mercado de pobres y ricos, ladrones y policías, intelectuales y analfabetos, viejos y jóvenes, niños y mujeres, clientes y mirones, curas y pecadoras, coqueros y alcohólicos, putas y maricas, rubias al tinte y cholas blanqueadas; todos son bienvenidos en esta recreación del “mercado de pulgas” de los franceses, versión andina de la alharacosa “parada” limeña o la faitosa “cachina” de los chalacos. El Baratillo cusqueño es una institución republicana, que tiene sus antecedentes en el Qhatu andino o mercado popular, al decir de los especialistas y estudiosos de las academias.

Los asistentes pueden comprar y vender, toda clase de mercaderías y productos viejos y nuevos; desde cacharros inservibles, tornillos diminutos y oxidados, hasta los auto partes de carros nuevos y finos; ofrecen también ternos de marca y ropa usada o de segunda, recolectadas por la chiquillada que limpia el closet de sus viejas y hermanas; el negocio lucrativo y rentable de estos días, es la comercialización de todos los modelos de celulares y computadoras. Vale todo si se trata de sufragar las fiestas y juergas del fin de semana, en compañía de las lindas chiquillas que son las novias de juventud.

Los “choros o tifas”, pandilleros y jóvenes ladrones de barrio marginal, eran la otra especie concurrente de estos predios, remataban sus “trabajos” semanales, durante las primeras horas de los sábados semanales. Si un receptador ilegal o revendedor cutrero quería una merca novedosa, debía madrugar para comprar los mejores productos de la faena de los rateritos a precio de ganga. A esa hora se hacían también los pedidos y transacciones de la mercadería exclusiva para la semana entrante, así la collera de ladrones tendría el tiempo suficiente para “conseguir” el pedido de los artículos solicitados. Movimiento bajo la mirada atenta y la participación de la honorable policía y el vigilante municipal.

El “Baratillo” a lo largo de su historia ha superado toda imaginación; cada especialidad y profesión tiene su rincón y costumbre. Hace muchos años, cuando el internet no existía aún y la gente leía regularmente, los viejos libreros ofertaban a los clásicos de la política y la literatura, las colecciones de libros de ciencia, acompañadas de folletos mimeografiados, surtidas con revistas pasadas y baratas de Pekín Informa, Selecciones de los Estados Unidos, Sputnik de la Unión Soviética; Tarzán, Superman, el Santo, Llanero Solitario y la pequeña Lulú, que en las tarde pasaba a engrosar las bibliotecas familiares de los lectores y bibliómanos, estos últimos pasaban horas buscando descubrir alguna prenda.

Los carpinteros de entonces ofrecían los muebles Luís XVI, con mesas y sillas labradas por los presos de la Cárcel de Qenqoro, confeccionadas con madera corriente o reconstruida con masilla y cola; había también los muebles rústicos de eucalipto para los más pobres de pueblo joven. Los botelleros exponían cientos de recipientes de todo color; los ropavejeros ofertaban toda clase de prendas; los fierreros remataban varillas de construcción o bronce para fundir; los zapateros tenían calzados de todo tamaño y uso. Toda la fauna de vendedores al iniciar sus jornadas, desayunaban una madrugadora lawita de chuño, a media mañana llegaban los plátanos al horno o los caldos de gallina; el almuerzo era un picante o una merienda con chicha y cerveza, para rematar con un chicharon en el atardecer; todo se consumía al crédito hasta el anochecer y cancelar con los frutos y resultados de la jornada. El negocio debía alcanzar para todos, era un asunto de confianza y reciprocidad mutua.

¿Caserito qué me traes esta semana? gritaban las caceras de ropa usada; los muchachos y muchachas con el escaso pudor que les restaba, escondían sus rostros pálidos o sonrojados, para evitar algún conocido, que probablemente estaba en la misma danza y negocio, pero que podía chismear a la familia y echar a perder el hurto en la casa. Entonces empezaban las pataletas de las madres, que para encubrir a sus inocentes hijitos o hijitas ante papito, acusaban a las empleadas por la pérdida de sus vestidos y blusas, de los ternos y camisas del esposo, los libros y casacas, las planchas y licuadoras viejas; todo lo cual terminaba en el famoso “Baratillo” por obra de los niños bien; los pobres era imposible que vendieran algo, salvo sus dolores y sus costillas flacas que no tienen precio.

Luego del tradicional paseo por las calles del “Baratillo”, observando o rebuscando uno que otro cachivache, la gente culminaba su día en la esquina de los animales y mascotas, zoológico informal de cuyes, perros, tortugas, canarios, palomas, gallinetas, loros y papagayos, monos y en especial los traviesos periquitos; enjaulados en vetustas cajas de madera y metal, en cuyas ventanas se podía observar su tristeza y pena por la libertad perdida. Cuando los niños se acercaban a juguetearlos, sus rostros reclamaban y suplicaban cariño y solidaridad, podía presentirse en el alma que estas criaturas de la naturaleza. Deseaban irse a la casa con uno o con todos, para acabar con el sufrimiento y el hambre con que los trataba el granuja vendedor.

Todas estas figuras y manifestaciones tiene el “Baratillo” para la familia cusqueña, tradición que permite cohabitar frenéticamente, cada sábado por unas horas a la diversidad de pericos humanos, los malditos pericotes y al medio de ellos a los periquitos; tal vez fueron estas creaturas de los Apus, que soplaron al oído de un cholo enamorado, el cantar nostálgico de un waynosábado baratillupi suyawanqiman qaran, munaspa mana munaspa pusapuyqiman qaran”, si me esperabas el sábado en el “Baratillo”– reclama el desplantado –sin querer queriendo te hubiera llevado– para siempre.