DECEPCIONADO, PERO NO ARREPENTIDO.
Escribe: Alberto García Campana
Cumplido un año de mandato del
presidente Ollanta Humala y colocada sin maquillaje la pobreza de los logros
alcanzados, los inquisidores de siempre, los que no asumen responsabilidades
pero baten palmas ante el fracaso, interrogan con semblante de oráculo
victorioso: “¿y ahora te arrepientes de haber votado por Humala?”
No señor. Me siento profundamente
decepcionado, con la frustración que no deja resquicio para la esperanza,
completamente desilusionado. Así es como me siento. Aplastado en mis
expectativas, destrozado en mis aspiraciones de ver a mi pueblo cada vez menos azotado por
el hambre y la miseria. Pero no me siento ni estoy arrepentido. Y no lo estoy
porque mi voto combatiente, limpio desde una militancia de izquierda sin
mácula, no llevó consigo la seguridad de una revolución surgida desde las
ánforas. Mi voto desde una firme posición socialista, no estuvo orientado a
abrir las puertas de palacio al Partido Nacionalista. Como el de miles de
compatriotas, mi voto estuvo dirigido a impedir el retorno al poder de la banda
fujimorista que asoló el país en la infausta década del 90. Y por eso no me
arrepiento, porque desde la humildad de mi voto por Ollanta Humala, impedí el
regreso de la degeneración
política, coloqué la barrera para que no pase el cortejo nauseabundo de la
liquidación moral de la patria. Y entonces no me puedo arrepentir de la opción
electoral asumida en junio
del año pasado.
Pero al tiempo de manifestar
públicamente la expresión transparente del voto emitido y que contribuyó a enterrar las
aspiraciones de la satrapía saqueadora y homicida, es preciso que hoy, al
cumplirse un año de gobierno humalista, la frustración dé paso a la serena reflexión que parta desde
las mismas posiciones socialistas, formulando
una propuesta patriótica que enarbole a partir de hoy una bandera de
reivindicación madura y sincera en favor de las aspiraciones del pueblo.
LA REVOLUCIÓN PUEDE PARTIR DEL
SUFRAGIO
Quienes se alzaron en armas en 1980,
proclamaron en los espacios abiertos entre la dinamita y el fusil, la prédica
de que salvo el poder todo era ilusión, y que solo podrían destronar al tirano
quienes no tuvieran miedo de morir despellejados en el intento. Para los
promotores de la violencia irracional y genocida, las elecciones no podrían
ser, de ninguna manera, el camino para hacer la revolución, pues ésta, como
decían los trasnochados, debería ser el parto sangriento de una gestación dolorosa: el poder solo podría ser
conquistado a sangre y fuego.
El enorme patriota cubano José Martí
afirmaba que en los países en los que el sufragio es ley, la revolución
está en el sufragio. Explicando: si se puede llegar al poder a través de las
elecciones, entonces es posible que desde el mandato de las urnas se pueda
impulsar una administración que contribuya a hacer menos desdichada a la gente.
Si se gana una elección y desde el gobierno se pueden impulsar las grandes
obras que beneficien al pueblo, entonces el sufragio se convierte en la gran plataforma
para alcanzar algo que se parezca a una revolución.
Por eso no hay que temerle a las
ánforas. Desde ellas se pueden derrotar las opciones violentistas y
desquiciadas y también se puede aplastar a las élites mafiosas cuya única
bandera es el dinero.
Pero el desafío que implica una
participación decorosa en procesos electorales, pasa por la reformulación de
las conceptos doctrinarios: lo que fue bueno allá y entonces no tiene por qué
ser bueno aquí y ahora. Las palabras del Amauta José Carlos Mariátegui resuenan
en los oídos: es posible impulsar una propuesta socialista sin calco ni copia.
POR LA RENOVACIÓN DE LA
IZQUIERDA
En los últimos procesos electorales,
desde la elección de alcaldes y presidentes regionales hasta llegar a la
nominación presidencial, la izquierda ha respaldado postulaciones que en
determinado momento adoptaron el ropaje progresista. Una vez llegados al poder,
los aventureros se quitaron
la mascareta y se mostraron como en realidad son: reyezuelos de opereta y damiselas de callejón.
La izquierda en el Perú y
particularmente en el Cusco, ha servido de trampolín para que los usurpadores
de ideologías lleguen incluso a hurtar en nombre del socialismo. Desde los
tiempos ya casi lejanos de la gestión municipal encabezada por el ciudadano
ejemplar Daniel Estrada, ninguna administración edilicia ha levantado con
firmeza las banderas de la izquierda. En nombre de una maloliente
“independencia política” y navegando en las aguas hediondas del oportunismo y
del pragmatismo, los sucesivos alcaldes, presidentes regionales y jefes de
Estado han apostado por la debilidad de la memoria colectiva y así han llegado
al poder.
En nombre del pueblo y prostituyendo
el discurso socialista, muchos profanadores tomaron por asalto el gobierno para
pegarle después una patada
en el trasero a esa misma izquierda que los ungió como mandatarios.
Por eso, y al cumplirse un año de
gobierno humalista, es buena la ocasión para que la izquierda erradique a sus
propios fantasmas internos y avance a la constitución de un nuevo movimiento
que encarne las viejas aspiraciones del pueblo que es, en esencia, progresista,
socialista y de izquierda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario